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DOBLE CASTIGO


Matar por omisión. Esas son las palabras que retumban intramuros en la Unidad 33 de la cárcel de mujeres de Los Hornos desde que Yoel murió a causa de una bronquiolitis ignorada por los médicos del Servicio Penitenciario Bonaerense. En apenas seis meses, desde que Natalia lo parió en prisión, los ojos del chiquito habían aprendido a recorrer las paredes y los camastros que sudaban frío cuando sobrevenían los cortes de agua y calefacción. Piel de bebé acostumbrada a contenerse en cuatro pañales diarios que otorgaba el Servicio; boca todavía alimentada a teta y a partidas de leches magras en nutrientes. Y sus oídos empezaban a saber de rebeliones internas por la escasez de pediatras, la falta de nebulizadores (llegaron cinco después de que muriera), la medicación a cuentagotas o la ausencia de una ambulancia que permitiera el traslado urgente para seguir vivo. Durante los últimos tres años, otros cinco chicos fallecieron por causas similares a las que mataron a Yoel. En el penal, las internas aseguran que la muerte no esconde misterio alguno: las enfermedades respiratorias y dermatológicas en los bebés son moneda corriente aunque negada por el propio SPB. “Muerte súbita”, dijo el parte oficial, aun cuando hubo que trasladar de urgencia y por cuadros similares a otros dos, y se comprobaron los pedidos reiterados de atención médica que hizo Natalia.

“Al bebé lo mató la negligencia consciente del sistema”, lamenta A., encerrada con su hijo hace dos años. “Nos vulneran los derechos porque no interesan; por qué va a importar entonces darnos un lugar y asistencia dignos para nosotras y los chicos. La ecuación es simple: ¿cómo vas a proveer al que no existe?”





El doble castigo

“¿Sabés por qué Natalia le puso ese nombre a su hijo? Porque sentía que reforzaba el lazo de hierro que las mujeres establecen con sus chicos dentro de la cárcel. ‘Aquí adentro sólo somos yo y él’”, nos explicó un día. Era su primer hijo, era todo. Sus compañeras nos dijeron que en ningún momento los médicos lo atendieron correctamente, que no le daban la medicación adecuada, que el día de su muerte amaneció entre ahogos por los problemas respiratorios. Lo sacaron entre varias hasta Sanidad y el corazón aún latía, pero el traslado al Hospital de Niños de La Plata no pudo parar lo inevitable. Y entonces ellas protestaron, se montaron de nuevo a una huelga de hambre. Azucena Racosta coordina el taller de comunicación de Radio La Cantora desde hace quince años, los suficientes para advertir en los cuerpos de las presas “un mapa de las perversidades del sistema que también se dibuja sobre sus hijos e hijas. No es casual que en todas las cárceles donde realizamos el taller de audiovisual los presos elijan como tema las deficiencias de la atención sanitaria. Precisamente cuando ocurrió lo de Yoel, las mujeres estaban realizando un documental sobre esos agujeros negros. Y adiviná qué pasó: las autoridades del penal nos prohibieron seguir filmando”.

No hablar en tono elevado, pedir permiso para ir a jugar, hacerlo solo, en lo posible, para no romper la simbiosis entre los otros niños y sus madres, solicitar que le abran las puertas, desplazarse en el perímetro imaginario que cercan las mujeres, gritar de alegría o por capricho en horarios permitidos, prescindir de los árboles, tragarse el cielo desde una abertura, rogar al santito enfermarse poco para no terminar en el hospital con un agente penitenciario al pie de la cama. Saber que a partir de los 4 años, ese muro de contención inmenso que es mamá sencillamente no va a estar más. Y el sistema, como lo denomina Racosta, seguirá tejiendo su castigo por partida doble, casi siempre con la institucionalización y muchas veces con el otorgamiento de la guardia provisoria a gente “de probada honradez”, como suelen argumentar los jueces de Menores.

“Es un doble castigo porque además de infringir la ley, estas mujeres rompieron con el lugar esperado para ellas dentro de la sociedad. Y eso a veces se remite a las familias o a las parejas, que dejan de verlas. Sobre todo a las madres: son las que menos visitas reciben. Creo que porque un niño dentro de la cárcel es portador de la causa de su madre y de los castigos que ella sufre por parte de la sociedad y la familia”, sostiene Laurana Malacalza, coordinadora del área de género del Comité Contra la Tortura (CCT), de la Comisión Provincial por la Memoria. “La visita es vital porque significa la única oportunidad para los niños de consumir alimentos que no les provee el SP, como yogures y postres, y para sus madres de recibir más pañales, ropa, elementos de higiene personal. Como eso casi nunca ocurre, el único beneficio que tienen las madres y las embarazadas es la construcción del vínculo con sus hijos, campeando, por supuesto, el prejuicio de que los usan como escudos de protección contra la violencia institucionalizada en las cárceles.”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Llegué al blog por Azucena, las mismas preocupaciones, el mismo debate, noticias similares, pero todo en el blog además de parecerme conocido me resultó bello y me invitan a prolongar la visita a él.
Un abrazo
Viviana