viernes

MAMITA



El 14 de junio, la ministra de Justicia de Bolivia, Celima Torrico, visitó Argentina para participar en una actividad de residentes bolivianos. La ministra es quechua y se viste con las ropas típicas de su cultura. Según relató a la radio Erbol de La Paz, cuando debía embarcarse de regreso a Bolivia, se ubicó en la fila para funcionarios diplomáticos de las oficinas de Migración de Ezeiza. Entonces escuchó que el encargado murmuraba: “Cómo esta indígena va a ser diplomática” y a gritos le pedía que se apartara: “Che, che, che, mamita, salí de ahí, vení aquí”. La ministra finalmente pudo hacer su trámite tras darse a conocer y, reveló ayer, prefirió no presentar una queja formal.

martes

FUIMOS TODAS VIOLADAS


En San Isidro el viernes próximo pasado “FUIMOS TODAS VIOLADAS”

Durante mi trayectoria de militante, vecina y Peronista , me a tocado ser, remis de chiquitos enfermos, sacar heridos de un barrio o inundados de otro, hasta viejitos muertos por la helada en algún rancho, y me creí haberlo visto todo, y no fue así, con un gran dolor en el alma el viernes próximo pasado, tuve que estar presente en una aberración, vi. como habían violado a un sin fin de mujeres, como una película las imagine: a mi vecina, a mi amiga , a mi hija a mi compañera a todas las mujeres de mi distrito, estaba frente a mi hermana de la vida, frente a Laurita, que siempre irradio paz y ternura, recordándola diciéndome ante laguna adversidad “”esto también pasara””, estaba ahí sobre la cama del hospital acurrucada, humillada, ultrajada, no solamente por ese hijo de mala madre que la terminaba de robar , golpear y violar si no por todos aquellos que les correspondía cuidarla, guardar el derecho de salir a hacer un mandado a las 9 de la noche, por todos aquellos que se hacen los distraídos , sobre lo que estamos viviendo, o mejor dicho muriendo cada DIA , por el miedo de no volver o que no vuelva a su casa algún ser querido, pero no obstante eso seguía la violación, la vergüenza ,el dolor, la recorrida por los hospitales, se ve que no están equipados ni preparados para evitar tanto horror ,y seguía la espera, era el hospital indicado, pero no estaban los profesionales apropiados , y seguíamos esperando5 horas interminables, y sin respuestas, como si estuviera toda la burocracia o la ineficiencia preparada, para que saliéramos de ahí corriendo sin denunciar absolutamente nada, las lagrimas de Laurita, en silencio ,sus ojos hinchados de tanto llorar , gritaban su dolor , su asco, me sentía impotente por no poderla ayudar, se quería bañar sacarse el olor de esa mugre, abrasar a su hijas, y seguía sin poder, porque había elegido , denunciar, pelear para que no haya otra laurita, y seguíamos esperando, de un hospital a otro, la denuncia, el medico legista, la fiscal , papeles, mas papeles, mas espera , mas vergüenza, mas dolor. Digo yo, ¿Cómo pretendemos que ante este delito las mujeres nos atrevamos a denunciarlo?.¿porque? la comisaría de la mujer , los hospitales el municipio no están preparados para esta emergencia, allanándole el camino, amortiguando el dolor de la familia, alguna estadística nos dice algo? de que estadística me pueden hablar si estoy segura que con todo lo que vive la victima ,es mas fácil no denunciarlo que seguir siendo violada, una y otra vez.
Mi última reflexión, la termino, parafraseando a Laurita y “ESTO TAMBIEN PASARA?
Liliana Marquez.

sábado

UN CUENTO DE ROBERTO FONTANARROSA



Viejo con árbol



A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo.

Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos.

Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con las mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los autos.

—Ojo con la vía alertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.

—No pasan trenes, casi tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.

—¿No vino la hinchada? ya preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejo. ¿No vino la barra brava?

Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.

—La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá bromeó alguno.

—Por ahí es amigo del referí —dijo otro. Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors.

Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba más por el calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha —casi a desgano, aprovechando para desperezarse— cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referíí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.

El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción.

—¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? —medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.

—No sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatado. Música dijo después, mirándolo de nuevo.

Algún tanguito? —probó el Soda.

—Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora.

El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.

—Pero le gusta el fútbol —le dijo—. Por lo que veo.

El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.

—Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte —dictaminó después—. Muy emparentado.

El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.

—Mire usted nuestro arquero —efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra—. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales —se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba—. Bueno... Eso, eso es la escultura...

El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.

—Vea usted —el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner— el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los mulos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.

Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció.

—Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...

El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.

—Y escuche usted, escuche usted... —lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido—... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música...

El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.

—Y vea usted a ese delantero... —señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado—... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro.

El Soda se tomó la cabeza.

—¿Qué cobró? —balbuceó indignado.

—¿Cobró penal? —abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha—. ¿Qué cobrás? —gritó después, desaforado—. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió?

El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.

—...¿Y eso? —se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.

—Y eso... —vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra—...Eso es el fútbol.


GRACIAS ROBERTO FONTANARROSA, POR DON INODORO, POR LA EULOGIA, POR BOOGIE, POR TU AMOR A LA VIDA, POR LA RISA Y POR EL LLANTO.